Una maldición cae sobre los actores y el público. Los intérpretes se aferran con el cuerpo y se entregan a encontrar respuestas, generar preguntas y dar otros sentidos desde el propio eco de su existencia. Se encuentran con situaciones inesperadas, situaciones que podrían ser propias o ajenas, pero que son reconocibles porque forman parte de nuestra realidad. ¿Cómo afrontamos la muerte? ¿Puede un cuerpo agotado renunciar a comprender? ¿Cuál es el coste de revelar tu intimidad? En un constante entrar y salir de escena, los intérpretes nos recuerdan que nunca existe una sola forma de entender y ver las cosas.
“Sin espíritu todo es maldad, como si yo tuviera la culpa. No, muy diferente. Una inmensa claridad la rodea. La mente digo, no el cuerpo. Qué lío, ya debería estar hecho esto. Que no soy una máquina. El resto... parece estar todo en su lugar. No lo sabrás nunca si yo no te lo digo. El secreto es no luchar, En la vida hay que elegir, elegir, elegir... prometo no llamar. La muerto soy yo. ¡Pero no piensas! Mira, que nos quieres muertas".