Sobre un caballito de madera, borracho de nostalgia y de tequila, ante la expectante audiencia de un pútrido cabaret muy sospechoso, un mariachi no canta porque no se ha afiliado a la orquesta de las consideraciones, un mariachi no baila porque no tiene necesidad de trazar el gesto insignificante o el movimiento decisivo de los ataques, un mariachi no habla porque es manso y no llora la destilación de aire que le separa, solemnemente, de sí mismo. El mariachi cuenta una historia, la suya… una historia de mariachis.