Tercer cielo es el celebrado proyecto de la cantaora flamenca Rocío Márquez y el productor de música urbana y electrónica Bronquio. Un paraíso en el umbral donde los artistas se han permitido explorar desde sus respectivos backgrounds musicales en un viaje que va de lo conocido a lo desconocido, de la tradición a la creación. El resultado es un lenguaje propio que trasciende compartimentos estancos de los géneros musicales para seguir ensanchando el flamenco del siglo XXI.
Hay un paraíso en el umbral, un campo de nubes en los goznes, un territorio empíreo, evolutivo y movedizo, entre lo uno y lo otro, entre pasado y porvenir, emoción y pensamiento, memoria y deseo, sueño y vigilia, noche y luz, mundo y nos. Hay una zona en las grietas, tan frágil como rica, que no expresa poder ni sumisión. Aquí es posible el hallazgo y la espera. Este lugar, despreciado por el Sistema y por los taxidermistas de la certeza, es un lugar sagrado. Tercer cielo. Casa sin casa. Universo liminar. Este es el espacio-tiempo mental y creativo, el punto de encuentro donde se han dado cita Rocío Márquez y Bronquio.
Aquí, la voz, los cuerpos, la respiración, la máquina, el campo magnético. El cordón umbilical del flamenco. El arte del sonido en el tiempo y en nuestro tiempo. La sabiduría vieja que viaja en el ritmo y en la conciencia colectiva. La onda disonante que una emoción genera en la mente, y que provoca un canto que atraviesa los beats y la garganta. Lo que queda por vivir.
Al Tercer cielo se sube por inmersión. En este tránsito creativo, Rocío Márquez y Bronquio describen un itinerario que transcurre de la frente al pecho y de dentro al mundo. Del blanco al negro. Tal proceso pide echar mano no sólo de la luz clara de la razón, la técnica y la experiencia, también de la yema de los dedos, de la raíz psíquica de las palabras, del turbio fogonazo de la intuición, de los símbolos y del rito que despierta al mito como quien sopla un ascua adormecida. Todo esto ya lo sabían los antiguos -tan muertos y tan vivos- que nos demuestran que la creación es la madre de la tradición, y que por eso es posible tomarla como punto de impulso y hasta violentarla si es preciso para seguir creando. De este modo nos legaron la libertad. La primera palabra del lenguaje no pudo ser sino un grito, escribió Félix Grande. Qué es, si no, un quejío, desde dónde se saca. A lo jondo se llega por elevación.
Para pisar cielo firme, Rocío Márquez y Bronquio se expresan con voz clara y en balbuceos, en texturas sonoras, modulaciones, loops, compás, silencio, acento, efectos, respiraciones, iconografía pop, ayeos. Y poesía. Territorio acogedor y puñetero, Zona Temporalmente Autónoma. La distorsión de la voz prolonga la agonía del aullido en una debla. García Lorca asiste a la versión electrónica del duende exprimelimones que se encara con la muerte, la mujer nacida de sí misma extiende en la falda su mercancía invisible, en el hueco de adentro brota un extraño, la libertad se estrella contra los altos muros de los cuerdos, el no saber sabiendo abre sus puertas y en las raves o en las fiestas de verdiales hacen vibrar el centro del anillo o de la sombra: allí arde la llama. El resultado es una forma de expresión, pero no sólo. También es una forma de conocimiento. Viajes así son de ida, pero sin vuelta. Quienes vuelven para entregarnos su trabajo, Rocío Márquez y Bronquio, regresan de otra parte. Una paciencia salvaje -ay, válgame Adrienne Rich- nos ha traído hasta aquí.
/Carmen Camacho